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Dimensiones e indicadores.

Generalmente en las organizaciones se evalúa el nivel de satisfacción de los participantes, pero no el impacto. Esta función es una de las menos desarrolladas e insuficientes, pues su metodología no está adecuadamente extendida y sus orientaciones se han reducido netamente a una visión economicista.

Para Fernández Arenaz es preciso alejarse de este enfoque (sin negarlo) y acercarse a una evaluación de impacto desde una perspectiva pedagógica, para así acreditar el alcance del cambio institucional.[12]

Las dimensiones que debiera contemplar esta evaluación son las siguientes: 

Satisfacción.

Índice de calidad y correcto funcionamiento del programa.

Valor añadido.

Incremento de conocimientos tras haber participado en un programa de formación y su posterior transferencia al puesto de trabajo.

Mejora del status profesional.

Incremento de las competencias profesionales.

Mejora organizacional.

Incremento de las competencias institucionales.

El valor de estas dimensiones radica, entre otras cosas, a que hacen referencia a la cantidad de aprendizaje que se utiliza en el puesto de trabajo y no, como hace la mayoría de las capacitaciones, a la cantidad de aprendizaje adquirido al término del curso.[13] Algunos indicadores sugeridos para dichas dimensiones son:

a) El logro de la finalidad esperada.

b) Valoración de la mejora en relación a la calidad en el puesto de trabajo, en cuanto a la eficiencia en el trabajo realizado, motivación hacia el trabajo, clima laboral, responsabilidad- autonomía en el puesto de trabajo, nivel de conocimientos y habilidades.

c) Cambios producidos como consecuencia de los aprendizajes adquiridos a nivel persona, social, e institucional.

Fernández Arenaz, 2002, en Tejeda, J. Fernández, E., 2007, p. 8.

Tejeda J., Fernández E., Op. Cit. p.8.